Este es el blog de un equipo de Cuidados Paliativos... trabajamos "a pie de cama", en el domicilio del paciente, en su espacio más íntimo y personal.

Todos los días hay un viaje distinto, duro, sorprendente, triste, emocionante... y con un final.

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sábado, 6 de diciembre de 2014

aQuí aL LaDo...

Hace dos días estaba en mi banco favorito, cosa que evito siempre que puedo, observando a la gente (es una costumbre ancestral…) en medio de una cola interminable.
 
Justo delante de mí esperaba, inquieta y mirando a todos lados, una mujer de unos sesenta años con aspecto descuidado. Pareciera que no le había dado tiempo a arreglarse antes de salir de casa, el pelo cano asomaba rebelde entre mechas alborotadas de un color rubio macilento, la capucha de un caro abrigo de paño brotaba desordenada desde el cuello y las manos se movían nerviosas al final de unas mangas deshilachadas. Su semblante mostraba unas ojeras que delataban noches de insomnio y el rictus de su boca miraba al suelo.
 
Ahí estaba yo pensando cuando pasó a nuestro lado un señor, que apuntó tener 95 años y nos dijo (a las dos) “vivo con mi hija porque con la pensión que cobro sólo me llega para comprar tabaco y el periódico, y no todos los días…”. Este comentario deshizo el nudo que la señora de delante debía tener a la altura del pecho y empezó a hablarme como si me conociera de toda la vida y yo a escucharla como si también.

Mi marido murió hace 5 años, era pediatra, a lo mejor usted le conocía. Le dijeron que tenía una mancha en el pulmón, pero él sabía lo que era. Estuvimos dos años con el tratamiento, me sulfatan, decía él y me dejan medio muerto unos días… El resto del tiempo lo dedicábamos a ordenar cosas porque él sabía que se moría. Vendimos una casa que teníamos en el pueblo y me dijo donde guardaba el dinero y otras cosas, yo no sabía nada pues él siempre lo había manejado todo…. Al poco tiempo de morir, mi madre, que vivía sola en Logroño, empezó a irse de cabeza, se perdía cuando iba a comprar, se olvidaba de cerrar la puerta de casa, no cocinaba… y, como soy hija única, decidí traérmela a mi casa para cuidarla.

Pensé que era lo mejor, pero la verdad es que ya no puedo más, no duerme, grita por las noches y me llama zorra, ladrona y todo lo que se le ocurre. Tengo a los vecinos hartos. Tampoco quiere comer, escupe la comida y yo pierdo la paciencia. Que si no hay nadie que pueda ayudarme? Tengo un hijo de 37 años pero lleva su vida y me dice que la llevemos a una residencia, que yo voy a enfermar… y no quiero meter a una extraña en casa, no, eso no. Ahora la he dejado atada en el sillón pero estoy sufriendo por lo que pueda pasarle. Y, claro, lo de la residencia… me da mucha pena dejarla allí, pero, qué otra cosa puedo hacer? He visto varias y me ha gustado una que es de una sola planta y muy soleada, con un jardín donde los sacan en verano. Pero no la cuidarán como lo hago yo. Estoy angustiada, no sé qué hacer, pero así no puedo seguir, tengo anemia, no como, no duermo y mi vida es un revoltijo desde que está ella… Echo tanto de menos a mi marido, apenas tengo tiempo para recordarlo, si al menos estuviera para ayudarme. Sólo tengo ganas de llorar, lo siento.
Ya le tocó su turno en la ventanilla, luego a mí. Antes de irse se acercó y me dio un abrazo de esos inolvidables, con el cuerpo y con el alma, que detuvo la cola un ratito más.
Espero verla pronto, me llamo Esperanza.
Esto es verdad e historias como ésta ocurren todos los días, solo hay que saber escuchar y estar alerta para que no se te escapen momentos en los que uno puede compartir, apoyar y ayudar a mejorar el entorno más próximo, contribuyendo así a hacer del mundo un lugar más vivible.
Y tengo más….

 

2 comentarios:

Alondra dijo...

Si ofreces una sonrisa enseguida te conviertes en una esponja de dramas ajenos. Te preguntan como estás y si contestas ¡bien! aprovechan para contarte todos sus males.
Amiga, todo tiene su pro y su contra; por un lado comprendes que no eres el ombligo del mundo pero por otro, en ocasiones, evitas la conversación porque necesitas toda tu fuerza para ti.
Un abrazo afectuoso

Violeta (Pilar Lázaro) dijo...

A veces, querida Alondra, parte de esa fuerza que necesitas para seguir viviendo te la aportan los demás, que te ayudan a ir colmando el vaso para continuar viéndolo medio lleno. Nos vamos nutriendo de nuestra alma, pero también de la vida que los demás nos ofrecen y de la que damos.
Siempre es una alegría verte por aquí.
Un beso GRANDE.